No somos responsables de sentirnos mal

En la actualidad estamos atravesando múltiples pandemias en occidente, y quizá una de las más preocupantes es la de la salud mental. Según la Confederación de Salud Mental de España, 1 de cada 4 personas desarrollarán un trastorno mental a lo largo de sus vidas. Por ejemplo, 1 de cada 100 personas tendrá algún tipo de esquizofrenia (1).

A pesar de ello, y desde algunos sectores de la población, se lanza un mensaje general que las personas afectadas pueden interpretar hasta sentirse responsables, o incluso culpables de su condición. Este artículo pretende desarrollar el concepto de esta ‘culpa impuesta’, desglosar por dónde están llegando estos mensajes, y desmitificar el hecho de que la causa de cada trastorno y de sentirse bien es responsabilidad únicamente de cada individuo.

¿Tengo la culpa de tener un trastorno mental?

Sería muy arriesgado pensar eso por diferentes motivos. En primer lugar, se sabe a día de hoy que muchos de los trastornos mentales están vinculados a lo que llamamos neurodesarrollo, que es lo que sucede en el embrión, feto, y en los primeros años de vida, mientras se desarrolla el sistema nervioso central. Ejemplos de ello es el vínculo a determinadas variantes genéticas que se están encontrando en los últimos años en algunos trastornos, o en genes que determinan nuestra vulnerabilidad o protección hacia ellos.

En segundo lugar, debemos dejar de pensar que el producto de nuestra realidad proviene únicamente de lo que percibe nuestro cerebro. Desde algunas voces de la neurociencia o psicología se ha dicho que cada uno de nosotros vivimos en nuestro propio ‘Matrix’. Este está siendo uno de los mensajes de moda y cazaclics. Por un lado se puede entender la razón por la que se dice: el cerebro, como perceptor del mundo, procesa las sensaciones que provienen del exterior, y fabrica una suerte de fantasía de la realidad, que en realidad es la realidad que uno percibe. Pero nuestra experiencia de realidad es común a la de otros seres -humanos- que conviven con nosotros y con los que interaccionamos continuamente.

De esta manera, las distintas conductas que llevamos a cabo se reducen a aprendizajes que a cada uno de nosotros nos han ido supuestamente bien para lidiar con nuestra realidad, y por supervivencia. Pero el cerebro, pese a ser ese mágico órgano de 100 mil millones de neuronas y el objeto más complejo que se conoce, también falla y, además genera sus atajos, siempre para garantizar nuestra supervivencia y la de los nuestros, puesto que estamos biológicamente programados para ello. Además, en cerebros ya muy dañados, los sistemas que refuerzan la toma de decisiones están secuestrados, siendo la persona incapaz de decidir correctamente por el bien propio y el de los suyos.

Esto lleva a la tercera razón por la que no podemos culpabilizarnos por tener un trastorno de salud mental: nadie decide tenerlo, así como nadie decide tener cancer o problemas cardiovasculares. Escuchamos muchas voces en los medios, en las redes sociales o en determinados libros y artículos, que apuntan, más bien de manera benevolente, que la decisión de estar bien o mal es propia. Por ejemplo, el mensaje de ‘no es la realidad lo que determina, sino cómo la vive uno’. Esta creencia, como cualquier otra, sostiene un conjunto de ideas sobre las que se construye una manera de vivir. Pero vayamos más allá: primero, generalmente estas voces apuntan a ‘cómo lo vives tu, o aquél’, no ‘cómo lo vivo yo’, lo cual siembra dudas. Además, es una creencia peligrosa, porque atribuye la responsabilidad de encontrarse bien al propio sujeto que tiene la enfermedad. Claro, si mi cerebro tiene el control de los procesos mentales, y tengo mala salud mental, ¿por qué no hago que de repente me encuentre bien? Tan sólo tengo que tocar el interruptor’. ¡Qué bonito y fácil sería para pacientes, psicólogos y psiquiatras! La respuesta es que no lo hacemos porque no podemos. Sencillamente. De la misma manera que un paciente con diabetes no se la puede quitar de encima pensando que su páncreas comienza a segregar insulina. O peor aún, ¡que hubiera decidido tenerla! Podemos cometer el error de apegarnos a los mensajes que se comentan, y pensar que no estar bien es responsabilidad de cada uno, solamente, lo cual, solo hace que empeorar la situación.

Finalmente, y al lazo de lo anterior, está fuera de lugar designar como responsable de un problema de salud a una persona, y excluirla de un contexto. A pesar del mito de Matrix que comentaba más arriba, somos partícipes de una realidad más compleja, en la que interaccionan muchas de estas Matrix propias entre ellas, y sus entornos. De hecho, ser gregarios y agruparnos ha garantizado nuestra supervivencia como especie. En salud mental se habla de determinantes externos de salud, como los socioeconómicos. Desde este punto de vista, la falta de recursos económicos propios, de un trabajo, o la presencia de agentes estresantes externos, además de la existencia de estigma social hacen que los trastornos mentales empeoren.

De hecho, podríamos decir que la enfermedad mental podría estar instalada en las relaciones que tenemos con nuestros semejantes y con el entorno no humano. Y para esto, no existe interruptor que valga para estar bien, sino años de trabajo duro con uno mismo y con los especialistas.

(1) Algunos datos sobre salud mental en España y en el mundo de la Confederación de Salud Mental:

https://comunicalasaludmental.org/guiadeestilo/la-salud-mental-en-cifras/

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