Huyamos de este calor vol. I

En realidad, escapemos todos. Huyamos del calor tórrido de este junio en Barcelona, y mandémosla a freírse sola en otro lado. No sé donde, en Honolulu, en las antípodas o en Marte. Quizá en ese cohete especial de SpaceX que explotó hace un par de semanas. Bueno, ese no, que quizá haya que repararlo. És-abusiva-tanta-calor, decían los Manel.


Pero sustituyamos todo este bochorno por fresquito, como si pudiéramos meter a la ciudad en una nevera portátil e irnos a la playa, con sus bolsas de hielo y sus bebidas refrescantes, con aceite de zanahoria y con las cancioncillas veraniegas como massage-massage, coconut-coconut, o el que te trae mojitos por 10 € a la orilla de la toalla. Vaya, lo que más te apetece cuando estás poniéndole crema en la espalda a tu hijo. 


Una primera zambullida

Oh Dios, se ha ido. El pequeño se ha esfumado, literalmente. Mientras tanto, el mayor se rebota cuando le embadurnas la cara y te maldice por tener esa edad que todos los padres hemos temido alguna vez: los 13 años. Sí, amigos: la edad en que ya no te levantas por la mañana para mirar los dibus de la tele, sino que lo haces para mirar si te ha crecido algún pelo más en la entrepierna.



Se meten en el agua entonces rápido. El pequeño frena ante la orilla, maravillado por la cantidad de piedrecitas de colores y formas erosionadas por el agua. Me dice que tiene un sistema para filtrarlas y escoger las más bonitas. Debe ser de tecnología bastante avanzada, casi alienígena. De vuelta a la toalla, me hace escoger las más bellas gemas para que las guarde en el bolsillo del bañador. Algunas de ellas tienen el peso de un melón de Villaconejos, de esos que llamamos piel de sapo, por si me metiera al agua con él y me arrastrara la corriente.



No se me ocurre otra cosa que, cuando se está bañando, avisarle de que no trague agua, que está llena de microplásticos y cremas y lociones varias que los humanos nos untamos en la piel. Es ese sufrir constante de los padres el que nos lleva a veces a echarnos las manos a la cabeza, incluso cuando se están comiendo la paella.


Alegría de verano

Me mira con esos ojos almendrados como platos, rojizos, y me dice que sí, que sin problema, que se va a cazar cangrejos a las rocas. 



Me voy a cazar cangrejos a las rocas, papa.

Claro, ve con cuidado.



Estupendo. Yo no digo ni que sí ni que no, porque ya está ahí en su pensamiento, y quién soy yo para reprimirle ese instinto cazador, aunque quiera decir que llegue con los pies y las pantorrillas llenas de morados. Y a lo mejor me da hasta 5 minutos de paz espiritual. Por suerte, en la playa sucede todo más lento. Nos movemos un poco todos como zombies, pero en realidad somos felices porque es lo que hacemos en verano: tratar de pasar unas buenas vacaciones. ¡Somos zombies felices, mientras podamos churrupar un cerebro fresco de un humano sano con una pajita!



Georgie Dann no ha estrenado canción este año. Creo que murió el pasado 2021. Pero gracias a él, a veces, tarareo ‘la barbacoa’ o ‘el chiringuito’ en la ducha. Por melómano, espero en ascuas cuáles serán las canciones del verano. En las radios catalanas hay alguna buena, de vez en cuando. Este año, King África podría tirarle una bomba musical a Trump en su tupé, para que le quede más planchado y almidonado que las sábanas de la Reina de Inglaterra. También bochornoso. 


Que sirva de inciso que es horrorosa la sensación de subida de temperatura y miedo que provoca que en Oriente Medio y en Ucrania haya guerras, además de las que no nos enteramos por las noticias. Y que los descerebrados sostenidos por sus gobiernos de turno tengan vía libre para jugar a apretar botoncitos y rehacer el orden económico mundial porque tienen el miembro más grande que la torre de Babel. Ya basta de matar. Ya basta de genocidios y de vidas destruidas. Necesitamos urgentemente poder respirar.



Papa me quiero ir a casa - suelta el pequeño. 

Pero si acabamos de llegar…


LA MELODÍA DEL RUISEÑOR

Llega en ese momento el mayor del agua, preparado para lo que llamo ‘el incordio del día’. Agarra dos paletadas de arena mojada de la orilla con las manos y se las restriega en el pelo al pequeño. 


Entonces, sucede uno de los actos que se repiten con elevada asiduidad, diaria, diría: de la boca del pequeño salen las palabras más bellas que todo poeta quisiera encontrar para cerrar sus sonetos más románticos, que evidentemente no ha sacado de mí, por haber crecido en un ambiente donde la belleza de las palabras barriobajeras se reprimía. Respecteu-vos parlant bé –respetaros hablando bien, en castellano– decía el cartel del patio de mi escuela, que, por otra parte, es lo que hacen la mayoría de los chavales hoy en día, por si no os habíais fijado. 



Hijo, ¿te has planteado alguna vez escribir? Suenas como la melodía de un ruiseñor… – le digo, en secreto. – Tu facilidad de palabra es simplemente abrumadora…



De vuelta a la escena, incluso se ve un manotazo al estilo de Bud Spencer, en uno de los 180 grados de derecha más veloces de la historia de los campeonatos mundiales de peleas entre hermanos. Seguramente el pequeño está pagando que el mayor se hace mayor. El mayor que tiene celos del pequeño. Que los dos se aman y odian en cantidades iguales, o yo que sé qué. ¿Qué voy a hacer? 



Qué voy a hacer

Qué voy a hacer

Qué voy a hacer 

si Eva María se fue


Eva María se fue buscando el sol en la playa. Pero el verano dura poco, y la vida con él, pues son, como el que dice, cuatro telediarios. Así que, como decía Superratón, no olviden supervitaminarse y supermineralizarse, a ver si conseguimos llegar a otoño sin que nos hayamos quedado hechos una pasa.



Saludos,

Marcel

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